lunes, 15 de octubre de 2007

QUE LA FUERZA TE ACOMPAÑE... O NO

No te das cuenta de que el cómic es parte de tu vida hasta que empiezas a pensar y a vestir como un personaje de viñeta. Eso es lo que me pasó a mí y fue el origen de mis desdichas. Llegó un punto en el que costaba distinguir quién era yo y quién era la caricatura de mí que se paseaba por la ciudad y se relacionaba con los demás con ademanes de superhéroe.
En ocasiones, creía estar siempre en posesión de la verdad y esperaba rescatar a la chica de los malos en el último instante. Pero en este mundo que pretenden globalizar a base de Internet y televisión por satélite, los malvados son siempre unos tíos muy feos, con bigote y turbante, están en países lejanos y con un presunto arsenal de armas químicas, biológicas o nucleares listo para utilizar contra los países democráticos y civilizados como el nuestro. No tengo presupuesto, ni tiempo para ir a combatirlos.
En la ciudad donde vivo no hay villanos, sólo ladrones, bandas organizadas de peruanos armadas hasta los dientes, algo de extorsión para inmigrantes, algunos maltratadores de mujeres reincidentes, mafias y traficantes de psicotrópicos a gran escala. Pero, malos, lo que se dice malos, no. Anda, que con el Doctor No o el Jocker cualquiera se atreve. Esos son para Superman. A mí dejadme algo más asequible.
Me llamo Sérvulo García y tengo una tienda de cómics y golosinas. Funciona casi las 24 horas del día. Siempre vienen pesados, como ese señor mayor que todos los días me compra un huevo Kinder Sorpresa. Para un chico de ciudad que te pongan de nombre Sérvulo es un estigma. Desde pequeño las burlas sobre mi nombre y mi deplorable aspecto físico eran constantes en el colegio. Mi nombre se parecía más al del gato Silvestre de los dibujos animados que al de un chico deportista o brillante en los estudios. Además, está mi gordura, que me ha perseguido durante toda la vida. Despreciado por mi asquerosa condición física, busqué refugio en la lectura de cómics, ya que siempre fui algo vago y eso de mirar los dibujos y leer los bocadillos me iba al pelo. Me sentía identificado con la Masa, un tipo normal que de pronto se volvía verde y gordo, dotado de una mala leche y una fuerza descomunales.
Con el tiempo fui madurando, creo. Acabé una carrera que nunca ejerceré y me compré este minúsculo local para vender tebeos, que pretende ser mi sustento, pero que de facto no lo es. En realidad, con 34 años sigo viviendo de mis padres, lavando la ropa en casa de mi hermana, comiendo de los bares, fumando como un carretero, con una tripa del quince y soñando que algún día rescataré a la princesa. Y ese es mi principal problema, que la chica soñada no aparece.
No me extraña, porque si soy sincero, la verdad es que con esta cara tan redonda, estos labios gruesos, los ojos de besugo pasado de fecha, las gafas de pasta dura y dioptrías inconfesables, la camiseta de El Señor de los Anillos, la tripa que enseña el ombligo peludo, mi barba de pelusilla dispersa y estos vaqueros enormes, llenos siempre de pañuelos, carteras y calderilla, no es muy fácil que aparezca una princesa. De hecho, recuerdo una vez que quise ayudar a una chica a la que estaban atracando en la puerta del metro y creyó que yo formaba parte del clan de los asaltantes. Me dio el dinero y huyó. Después tuve yo que darles lo mío y lo de ella a los dos enfebrecidos atracadores.
Pero ésta no es la historia que quiero contar. Mis desgracias comenzaron al día siguiente de que por enésima vez en el plazo de dos meses volviera a llamar a mis amigos para largarles una retahíla de lamentos. Les dije que me sentía solo y que mi princesa soñada no llegaba. Por eso se presentaron Yola y Emilio a las pocas horas, en mi tienda, en esa luminosa mañana y empezaron a mirar cómics y a levantar los ojos por encima de los tebeos con esa sonrisa cómplice y cariñosa que se da a los niños malcriados para consolarlos aunque hayan protagonizado una trastada.
-Hemos venido en cuanto hemos podido, pobrecito, levanta el ánimo, piensa que las chicas que no quieren cuentas contigo no te merecen.
Es Yola, una pelirroja posmoderna criada a los pechos de la Bruja Avería, Alaska y Dinarama, la Movida Madrileña y los rescoldos de la Generación X. Ahora trabaja para una editorial buscando ropa de diseño para los personajillos casposos que aparecen en sus revistas. También escribe de moda y decoración. De eso yo ni idea. Es alta y delgada como un junco. Siempre sonríe. Es la novia de Emilio, que es lo mejor que se puede decir de este último. Después de ella, como siempre, abrió la boca el trajeado ejecutivo que la acompaña.
-Eso te pasa porque no vives en la realidad. De la belleza, de los cómics y esas patochadas no se come ni se liga, sólo te pueden acarrear disgustos. ¿Cuánto tiempo hace que no echas un buen polvo? Con esa cara de torta es imposible. ¿Por qué no vas a un gimnasio? Tu trabajo en la tienda te lo permite. Has invertido en valores a la baja, chaval, tienes que venderlos y replantearte la estrategia de mercado.
-¿Por qué todo lo ves como un problema de bolsa? Sérvulo es un buen chico, sensible y cariñoso. Seguro que encontrará la horma de su zapato. Simplemente su hora no ha llegado. Fíjate en nosotros, nos conocimos en una fiesta de famosillos y ya ves, somos una pareja perfecta.
-¿Perfecta? Perfecto es un consejo de administración que dura cinco minutos y aprueba una subida de sueldo para todos los directivos, cielo. Lo nuestro es más que perfecto. Siempre nos apetece ir a los mismos restaurantes, a las mismas tiendas de ropa, a los mismos saraos... Lo nuestro, cari, no es perfección, es como un reloj suizo, delicioso y suave como un exquisito plato en Chez Manou.
Cuando el Emilio se pone así de cursi no hay quien lo aguante, pero uno tiene que consentirle a sus amigos estas cosas. Entonces empecé a explicarles lo que me había sucedido con la última chavala con la que salí.
Fuimos al teatro. Y todo iba sobre ruedas. Aquella obra sobre Star Trek debió impactarle mucho, porque se pasó la noche yendo al servicio. Seguramente, empolvándose la nariz para mí. Después cogimos el metro hasta Tribunal y decidimos tomar una copa en el Tuper Ware. Yo traté de sacar, como dice Woody Allen, mis encantos más encantadores... bueno, ya sabéis ese savoir faire que me caracteriza.
-Dios mío, me temo lo peor- dijo Yola.
-Habría que prohibirte salir los finde- apostilló el guaperas trajeado.
-No, no es lo que imagináis- Yo empecé a hablarle de la obra, de las sagas de ciencia ficción, de Blade Runner... de lo que sé y de lo que me gusta. Entonces, llegó el gran momento. Yo me acercaba a ella con mis embelesadores ojos de encantador de serpientes. Cuando estuve lo suficientemente cerca alcé mi ceja como un actor de Hollywood y le solté: “Pequeña, tienes los ojos de androide más fulgurantes que he visto. Contigo me pasaría la vida ajustándote los circuitos”. ¿Qué os parece, a que es original?
-Tú estás pirao- dijo Emilio moviendo la cabeza de lado a lado y llevándose la mano a la frente.
-Oh, qué tierno, mi Sérvulo, qué cosas tan bonitas dices...- comentó Yola poniendo cara de pastel.
-Bueno, el caso es que ella se levantó de golpe y se dirigió al lavabo torciendo la cara. Salió de él con el teléfono móvil en la oreja. Qué bien, está que no puede más y llama a un taxi para que vayamos a su apartamento a hacer el amor. Sin embargo, salió corriendo del garito. El coche estaba en la puerta. Como se había olvidado el bolso se lo llevé. Cerró de un portazo. Bajó la ventanilla. Yo le di el bolso y le solté mi gran frase.
-¿Cuál? Seguro que una de tus hermosas palabras de amor.
-No, temblando como una hoja, sonriendo como un estúpido le solté eso de “Que la fuerza te acompañe...”, pero ni siquiera lo hice como un gran actor, sino con una voz trémula que ni me salía del cuerpo. Y me quedé allí, con mi bonita camiseta de Superman y los pantalones de Luke Skaywalker.
-Pobrecito- dijo Yola- ¿Hay pantalones de la Guerra de las Galaxias?
-Por supuesto, me los envían desde Estados Unidos.
-Chaval, tienes que dejar de leer esas porquerías. ¿Por qué no lees cosas más enriquecedoras? Hola, el Diez Minutos, La Revista de Ana Rosa, Qué me dices... Seguro que allí hay más consejos sobre ligar que en todos esos tratados de gnomos, Star Wars y Spiderman. Fíjate en mí. En diez segundos conquisté a Yola. Fue como una excitante operación de bolsa. Mis valores estaban a la baja pero aposté por ellos y subieron como la espuma. Fue una opa hostil contra su corazón. Ahora somos felices.
Y decía eso abrazando a su chica con esa sonrisa de foto de verano, con su pelo cortado al milímetro y lleno de gomina hasta las cejas. Ella también sonreía y le acariciaba el culo. No había duda. Eran una pareja perfecta. Yo solamente quiero estar con alguien que comparta mis aficiones, mis gustos, echar un polvo de vez en cuando y mirar a las estrellas. No aspiro a tanto. Que te toquen el culo sin pedirlo es un auténtico placer del que yo sin duda jamás disfrutaré.
Al día siguiente, cuando me enteré de que Carrie Fisher venía a presentar en la ciudad su próxima película sentí una gran excitación. Como todo el mundo sabe, ella hizo en la Guerra de las Galaxias de Princesa Leia.
-¿No era de Princesa Lia?
-No, joder, de Princesa Leia, la primera traducción de Star Wars en el cine fue una chapuza. ¿Pero en qué mundo vivís?
-Es que no sabemos nada de tu religión jedai.
-Que no, hostias, que se dice jedi y yo no soy de ninguna secta, sólo fan. ¿Cuántas veces os lo tengo que decir? Tenéis que ayudarme para poder entrar en contacto con ella. Como ya sabéis le escribí un poema. No estoy enamorado, ni loco, ni nada de eso, pero creo que me sentiría mejor si le recitase mis versos. Sería como una liberación.
-Qué bonito, Sérvulo. Anda, Emilio, anímate, tú y yo nunca vivimos una aventura- dijo Yola.
-Mira yo tengo una reunión importante el jueves y no podré ir. Pero estoy seguro de que Yola, que tiene pases de prensa y la jeta suficiente podrá asesorarte en esa locura. Mal asunto, amigo, si empiezas a darle la murga a actrices de cine. Pueden detenerte por acoso...
-Me da igual, ella es mi princesa favorita.
-Estás pirao, pero buena suerte amigo.
La Gran Vía, cuando es noche de estreno, parece una gran avenida de colores. La ya de por sí tumultuosa calle se vuelve más bulliciosa, más cosmopolita. Alrededor de la alfombra roja se apuestan las cámaras y los viandantes abarrotan las vallas de separación entre el mundo de los mortales y el de las estrellas de cine. Las luces doradas que alumbran a las actrices y actores les confieren un aspecto mágico y supraterrenal. Ellos despliegan su mejor sonrisa y saludan con la mano a los fans. También les hacen entrevistas para la televisión. Más focos, más parejas brillantes, más espectáculo. A mí eso me ha parecido siempre fascinante, pero esa noche yo estaba en la zona reservada para la prensa. Había pasado la frontera del mundo cotidiano. Estaba en ese limbo especial que se reserva a los periodistas. Estaba, como se dice tocando pelo.
-No estés nervioso, la revista me ha proporcionado estos pases de prensa y no pueden decirnos nada. Menos mal que he encontrado un chaqué de tu talla megagrande, si no, todo hubiera sido más difícil.
Yola dice estas cosas con mucha ternura. En el fondo es una gran chica. Hace mucho por mí. Incluso esta locura que puede llevarle a quedarse sin trabajo. Pero le gustan estas cursiladas del amor. No sé cómo puede estar con ese botarate de su novio. La noche hace extraños compañeros de cama.
-¿Y éste quién es?- le preguntan otros periodistas.
-Es un nuevo fichaje de mi revista, un gran fotógrafo, si funciona bien le haremos un contratillo- contestó Yola- que siempre me saca de estos apuros con gran agilidad mental.
Yo hago fotos a todos los famosos que pasan. Como no tengo ni idea de dónde colocarme, simplemente miro lo que hacen los otros. Al poco tiempo doy el pego. Hace un calor de mil demonios. Ya han pasado varios famosos y no aparece mi princesa. Sudo como un perro en este traje de pijo.
Media hora más tarde llegó una limusina negra a la puerta. El público crecía alrededor de la alfombra roja. Nosotros, desde nuestra zona acotada, recibimos una señal de asentimiento por parte de uno de los guardaespaldas con pinganillo en la oreja que lo controlaba todo. Era Carrie Fisher que salía del coche con un traje blanco y esa sonrisa de escritora tímida que siempre la caracterizó. Eso sí, estaba bastante gordita y con algún que otro kilo de maquillaje. Pero era mi princesa y no importaba.
Atendió a Tele 5, Antena 3, Tele1... Fue desgranando sonrisas y glamour por todo el recorrido. Encantadora, respondía en un precario pero eficiente español todas las preguntas con esa sonrisa tan suya, tan principesca. Y le llegó el turno a mi parte de la alfombra encarnada.
-Sérvulo, ha llegado tu momento de gloria- dijo Yola empujándome por detrás del chaqué para que cruzara la valla y venciera mi timidez.
Yo estaba estupefacto ante mi diosa. Ni escuchaba. Cuando quise salir, no me di cuenta de que empujaba sin dificultad gracias a mi corpulencia la valla de separación del público con los invitados. Con tal mala suerte que la tiré al suelo. Los guardaespaldas la levantaron en seguida. Mientras, salí al centro de la alfombra roja. Mi instante inolvidable se acercaba.
-Princesa, esto es para ti- dije mientras sacaba del bolsillo interior del chaqué mi sable láser edición para coleccionistas.
No me dio tiempo a recitar mi poema. Los guardaespaldas se lanzaron como perros de presa. Primero fue un dolor agudo en la mano. Alguien por detrás me quitaba la espada de Star Wars de juguete. Después sentí cómo aquellos dos gigantes como Chewaca me torcían las muñecas y me daban empellones. Aun así quise recitar mi poema. “Oh, princesa de auroras siderales; oh, mi Leia de blancas naves espaciales...”. Pero no hubo tiempo para más. También me cerraron la boca. En un callejón anexo al cine los servidores de Leia me dieron la paliza de mi vida.
Cuando me desperté estaba en el hospital. Lo único bueno era que me parecía a un personaje que yo admiro mucho: la momia. Por lo demás me dolía todo el cuerpo. Había pocas zonas que estuvieran libres de magulladuras. La habitación era muy luminosa y a mi lado estaban Yola, Emilio y una enfermera.
-Te has librado por tablas chaval. Arriesgaste en tu inversión, pero eran valores a la baja y peligrosos- comentó Emilio.
-Deja ya de hablar como un broker ¿no ves que el pobre está hecho puré?
Yo sonreía. Pedí un espejo. Era la primera vez en mi vida que quería mirarme a la cara. El espejo devolvía una imagen deforme, casi de chiste, llena de chichones como los de Mortadelo y Filemón.
-Esta vez la fuerza no me acompañó... ¿Salió algo en la televisión o en la prensa?
-Yola me enseñó los reportajes del estreno. Sólo en uno se dedicaban unas líneas al “descerebrado que sacó un arma de juguete con forma de sable láser ante la actriz”. Los demás calificativos eran bastante hirientes: “inconsciente, absurdo homenaje a la saga galáctica...”. Así que dejé de leer la revista. Bueno, gracias a Emilio la policía se limitó a hacerme unas preguntas y a darme la tarjeta de un “psiquiatra muy bueno, al que debía ir por mi bien”. La recuperación fue rápida y tras varios días de charlas sobre cómic y de curas con Betadine volví a mi casa.
La primera mañana después de mi vuelta al trabajo coloqué en el escaparate mi Mazinguer Z y mi Afrodita A de plástico, que tanto me gustan. Mi tienda está tan recóndita que para visitarla hay que ir expresamente. El día volvía a ser luminoso. Yo regresaba a la normalidad, al menos a lo que yo llamo así. Pasaron cuatro amiguetes que no habían ido al hospital y compraron algunos tebeos. Después de unas risas se fueron. Yo volví a quedarme solo y a pensar que mi vida era eso, un argumento de tebeo.
De pronto, volvió a sonar el timbrecito de la puerta que me indica que entra un cliente. Yo le he puesto los primeros compases de Superman, con sonido de trompas, timbales y trompetas. Entraba una chica. No es inusual que entren mujeres a comprar tebeos, pero tampoco es corriente. Tenía los ojos azules de lentilla y el pelo rubio. La cara era angulosa. La nariz muy extraña, como la de Michael Jackson. Estaba un poquito fondona... Vaya, era la encargada del videoclub.
-Miau, guapetón. ¿Tienes algo de Catwoman?
-¿La colección histórica o el refrito espantoso que ha hecho la Marvel hace poco?, dije haciendo gala de mis conocimientos.
-Me gusta lo auténtico, chaval- contestó.
-Ah, entonces tengo aquí una edición de coleccionistas que te entusiasmará. Mira, los 23 capítulos originales. Están en inglés.
-No importa, sé que eres un experto en el cómic. Supongo que no te molesta. ¿verdad? Sé que eres un loco de la Guerra de las Galaxias.
-Hombre, tanto como loco....
-Sí, y yo soy Catwoman.
-Será que te gusta mucho y te sientes identificada con el personaje....
-No, yo soy Catwoman y me van los piraos como tú. ¿Me llevas esta noche la colección de tebeos a casa? Tengo un ático en Argüelles que lo flipas.
-Estaré a las nueve de la noche.
-Miauuuu, contestó ella enseñando unos colmillos afilados por un dentista sin escrúpulos.
Me presenté vestido de Capitán Sólo y un ramo de flores. El ático estaba decorado con miles de pequeños gatitos de porcelana. Todo estaba a oscuras. Ella se había pintado la cara de blanco y los labios rojo intenso para resaltar más sus facciones gatunas. Estaba embutida en un vestido de cuero negro. Sólo comimos pescado crudo. La cena fue perfecta alumbrada por dos velas. Ella me miraba fijamente. Yo le hablé de tebeos, del final de Blade Runner, de 2001: una odisea en el espacio, de lo solo que se siente uno cuando es fan de cosas que ya no entusiasman a nadie.
-A mí me pasa lo mismo, miau- dijo ella. A veces salto por los tejados de la ciudad y vivo mis correrías. Me lo paso en grande, pero no tengo a quién contárselas. En el trabajo tengo problemas con mi aspecto. No tengo tu suerte, que eres tu propio jefe.
-Yo soy un desastre...
-No mi Capitán América. Esta noche te enseñaré las uñas. Estoy en celo, miauuuuuu.
-No joder, que soy un jedi.

DE LA MULTITIENDA A LOS UNIVERSALES

De la multitienda a los universales
La multitienda, el huevo Kinder, el Día, los cantautores, los folletos del híper, chatear, Beckham… El imaginario de los tiempos modernos se va desgranando a lo largo de 12 cuentos encadenados. Todo parte de un pequeño comercio donde un perdedor vende cómics y golosinas. Ese perdedor da pie a una perdedora que trabaja en un videoclub. Por la tienda pasa también un jubilado que compra un huevo de chocolate, que entabla relación con un repartidor de paquetes, que a su vez es un cantautor fracasado cuya novia conoce a un representante de artistas muy casposo y muy derrotado… Y así, sucesivamente, un cuento da paso a otro cuento con hilos argumentales que se cruzan, con pretextos e iconos muy actuales que acercan cada historia al presente, pero con personajes anclados en una mediocridad de la que quieren escapar aferrados a una rareza, a una destreza, a un ansia de perfección, a una búsqueda incansable de la estética.
“12 raros” es un libro donde habita lo cotidiano y huele con fuerza a hoy, pero la fuerza que empuja el desarrollo de cada narración nace de los universales y aspira a la categoría. Más allá de la anécdota de un juez enamorado de una policía o de una muchacha que quiere ser Catwoman, lo que destila esta colección de historias es lucha por la vida, pero trascendiendo la pura búsqueda primaria de la existencia para ir más allá, hacia esa perpetua carrera en pos de la realización personal y la satisfacción íntima en que se ha convertido la modernidad. Ya no es suficiente sobrevivir, ahora es imprescindible la plenitud y en esa dialéctica entre lo intenso y lo casposo se mueven tramas, personajes y sustancias que siempre acaban donde todos acabamos: besando la lona.
Además, claro, está el envoltorio, o sea, la literatura, que te arrebata
o te espanta. Aquí, te lleva de la mano, te mece con mimo y te invita a no dejar el libro. En “12 raros” hay historias con desarrollos sostenidos, demoras descriptivas, ritmo, vaivén, sorpresas y estilo. Los cuentos se van encadenando y el lector atrapado por la concatenación, se siente envuelto por personajes que le muestran manías muy de ahora, ansiedades muy comunes, historias tan de aquí… Pero siempre, en cada historia, hay un momento en que la trama levanta el vuelo y en un escorzo literario te lleva desde la multitienda a los universales dejando por el camino un rastro de sonrisas, ternura y desengaño.
J.R. Alonso de la Torre

martes, 9 de octubre de 2007

Juan José Ventura y Javier Remedios presentan ´12 raros´


El periodista Juan José Ventura y el director creativo de la empresa cacereña Creaerte Javier Remedios presentaron ayer en el café Aldana de Cáceres los cuentos de 12 raros , casi escrito a cuatro manos. Casi. En el libro cada relato aparece firmados por su autor, seis por cada uno de ellos, que exploran con humor esperpéntico, a partir de personajes obsesivos, en la neurosis colectiva de la sociedad actual.
Ventura, redactor de EL PERIODICO EXTREMADURA, cuenta que la idea de un libro de dos autores surgió en una de esas madrugadas de cierre de bares, en la que él y Remedios intercambiaron historias conocidas y otras inventadas.
Ventura le pasó al poco tiempo las primeras escritas y ello sirvió de acicate para que Remedios empezará a volcar las suyas en el papel.
Se intercambiaron correos electrónicos con sugerencias, cambios y correcciones hasta que concluido el texto lo enviaron a diversas editoriales.
Ante la respuesta negativa que recibieron decidieron editarlo ellos mismos. El libro critica algunos comportamientos sociales obsesivos. "No se salva nadie", dice Remedios. "Raros hay en todas partes", añade Ventura.

AQUÍ COMIENZA LA AVENTURA

Este blog quiere servir de punto de encuentro entre los lectores de 12 Raros.